EL ROCE HACE EL CARIÑO
Las primeras experiencias sociales del niño son un momento de apertura al mundo externo que les rodea, a los adultos y a sus iguales.
Para que se comprenda un poco mejor cómo se desarrolla este proceso de socialización, debemos distinguir el momento evolutivo en el que se encuentran las criaturas:
Egocentrismo y autoafirmación
A partir de los 2 años empiezan a ser conscientes de su propia identidad y de que son personas autónomas e independientes. Este es un gran paso en su evolución que provoca en su persona un cóctel de emociones que a veces resulta difícil de gestionar para un ser todavía inmaduro. No suelen tener una dirección clara de lo que quieren, prueban y prueban y a veces son víctimas de su querer, hay veces que les decimos “ven” y dicen “no”, pero acaban viniendo.
En el momento en el que cogen un objeto, creen que ya es de su propiedad, defendiéndolo y evitando que nadie más lo coja.
Ejemplo “coche, mío”
De esta manera están reafirmando su Yo, y es una muestra de que están creciendo, y se sienten otro individuo diferente de sus figuras de apego. Empiezan a decir “no”, o empiezan a oponerse. Tenemos que entender que lo hacen como algo inherente en el proceso de crecer, por conocer sus capacidades y las nuestras.
Es un proceso de aprendizaje, en el que debemos acompañarlos y hacerles sentirse acompañados para que puedan vivirlo de forma positiva. Como adultos sabemos que les cuesta un esfuerzo pero no podemos llevarles a un sobreesfuerzo que les deje en una situación de frustración y contradicción constante por no cumplir las expectativas del adulto.
Por ejemplo, se separan más del adulto, quieren hacer más cosas por ellos y ellas mismas, y mostrarnos un “aquí estoy yo”
Adquisición del lenguaje.
Evolutivamente están en el momento de máxima adquisición del lenguaje, con mucha necesidad de comunicarse. La cantidad de palabras que tienen no se corresponden con las ideas que ellos quieren transmitir y en ocasiones les genera frustración y confrontación con los demás.
Su lenguaje es incipiente, tienen palabras, pueden construir alguna frase , pero les cuesta hablar a un nivel más profundo y expresar lo que sienten y lo que les pasa.
Por eso en estas edades son muy usuales otras formas de comunicación como son los empujones, los tirones de pelo, mordiscos y demás expresiones, que no son otra cosa sino una forma de autoafirmarse y dar salida a esos mensajes que no pueden expresar.
Por ejemplo, un niño subido en lo alto de unas escaleras, otro unos escalones más abajo, ante la falta de vocabulario para poder decir “déjame pasar” el niño empuja.
Una niña con un balón, viene otro niño y se lo quita. Ésta va detrás, le muerde y recupera el balón. Ante la falta de poder decir “lo tenía yo”.
Relaciones sociales
Están en un momento en el que van creando nuevas relaciones con otros niños y niñas, con diferentes momentos evolutivos, diferentes emociones, en un contexto diferente al familiar, y con otros adultos de referencia. Donde empiezan a conocerse unos a otros a la par que siguen conociéndose a sí mismos (autoafirmación).
Momento oral
En la etapa de 0-3 años, la oralidad tiene mucha importancia, ya que es a través de la boca como exploran y descubren el mundo que les rodea. Siendo también un medio para aliviar nervios, tensiones, frustraciones, enfados…
Un niño quiere abrir el grifo del agua, ante el no del adulto, coge un tubo de plástico del aula y lo muerde con mucha energía.
¿POR QUÉ SURGEN LOS ROCES?
Crecer implica enfrentarse a situaciones desconocidas que nos hace entrar en conflicto con nosotros mismos. La situación se vuelve descontrolada, al perder ese autocontrol que se ve superado por la emoción.
Desde nuestra posición de adultos, cuando algo así nos ocurre, tendemos a buscar esos mecanismos que nos hacen rebajar la emoción y volver a recuperar el control, hablar, un tiempo a solas, el deporte… nuestro autoconocimiento nos ayuda a saber qué nos está ocurriendo, a poner sentido y palabra, poder transmitirlo… pero, ¿Qué pasa en nuestros pequeños cuando la emoción les supera, cuando se frustran por no poder conseguir algo, cuando aparece un límite claro que les impide alcanzar un deseo propio, cuando no pueden contarnos y explicarnos qué les pasa?
En estos momentos se produce una desconexión en ellos que les hace perder el control, y es cuando aparecen acciones como las rabietas, mordiscos, empujones… Esa emoción es tal y tan fuerte que no les cabe dentro y necesita salir fuera empujada por una acción física o liberadora. Viven en el momento presente, no son capaces de proyectarse hacia el futuro, por lo que la intensidad de sus emociones es mayor, no saben que esa emoción acabará diluyéndose y que volverán a esa sensación de bienestar, equilibrio y control. Nos parece importante mencionar que la intención con estas acciones liberadoras no es hacer daño, los niños y niñas de estas edades. no tienen como objetivo lastimar al otro, sino liberar esa emoción. A veces estas acciones son resultado de una imposibilidad, quieren un coche y estiro del pelo para conseguirlo, ya que no tienen las habilidades necesarias para pedirlo o esperar; quiero bajar por unas escaleras y ante un obstáculo empujo para poder pasar....
En la medida que la emoción va dejando de tener el control y el pensamiento avanza en las adquisiciones simbólicas, el lenguaje va adquiriendo el papel de modulador de comportamiento, y estas acciones empiezan a quedarse en segundo plano. Para que puedan controlarse, necesitan conocerse. Hablar, poner palabra a esa emoción, integrarlo en nuestra rutina, les ayudará a observarse, conocerse y comprenderse. De esta forma, poco a poco van sabiendo, comprendiendo e integrando qué les pasa, lo que les ayuda, no solo a poder expresarlo verbalmente, sino también a poder anticiparse a su propia emoción y poder controlarla y controlarse.
Casi siempre ligamos este tipo de acciones a las emociones negativas, enfado, tristeza, ira, frustración… pero nos parece importante destacar en este punto que hay ocasiones en las que emociones como alegría, entusiasmo también pueden desbordarse en forma de empujones, mordiscos… En esta ocasión nuestra actitud será la misma, ya que esta emoción aun siendo positiva, también necesita ser entendida y validada, y necesita límites, ya que de la misma forma que evitamos un mordisco como motivo de un enfado, debemos evitar un mordisco como motivo de alegría o entusiasmo.
CÓMO ACOMPAÑAR
En todo este complejo proceso de socialización se producen situaciones de conflicto. Pensar en evitar conflictos, sería como pensar en evitar procesos sociales, pero sí debemos tener en cuenta que el acompañamiento del adulto y su intervención determina el tipo de aprendizaje que tendrá el niño a lo largo del proceso, de igual modo marcará el tipo de relación que tendrá con las personas que los rodean.
Por eso a través de este texto nos gustaría poder acercaros una serie de formas de estar y actuar a la hora de acompañar a los niños en situaciones de desacuerdo con sus iguales:
Emociones y sentimientos no se niegan, es importante darles un lugar y distinguirlas de las acciones. Aunque no todas las acciones son válidas, sí todas la emociones y sentimientos deben ser validados y reconocidos. No puedes pegar, pero sí puedes enfadarte y hasta desear pegar.
Solemos ver a los niños como agresor o víctima y la verdad es que los dos están sufriendo y necesitan ayuda. Es imprescindible que veamos a cada niño y niña en su totalidad y no solo su actitud.
No deberíamos confundir lo que hacen con lo que son.
NO DISTRAER
Aunque entendamos que todas la emociones son válidas es algo que no estamos acostumbrados a hacer y a veces nos da la sensación de que cuidar pasa por pretender que los niños y niñas estén siempre felices, pero estar bien pasa por estar mal y poder entender que esas emociones que nos hacen sentir peor como el dolor, la rabia y la frustración, son tan necesarias como las que nos proporcionan placer.
Distraer es, en muchas ocasiones, una forma de negar y lo hacemos de manera inconsciente con frases del tipo “ ya está, no pasa nada” pero sí pasa.
NOMBRAR
Poder poner nombre a lo que sucede es una magnífica forma de acoger, validar y establecer relaciones y formas de comunicación honestas y de confianza. Además dota a la criatura de recursos para poder expresarse y comunicarse. No hace falta mucho y es más sencillo de lo que parece, tenemos que intentar dar un mensaje en positivo y escapar del impulso de empezar la frase por un “NO”: no pegues, no van a querer jugar contigo si molestas, no me gusta que hagas eso...
Estas son algunas alternativas: veo que estás cansado, veo que estás haciendo un esfuerzo grande y no te ha salido como querías, debe ser frustrante, veo que estás enfadada porque no te dejo hacer esto que es importante para ti…
ACOGER
Acoger es simplemente hacer saber que cualquier forma en la que se puedan sentir es válida, que los vamos a escuchar y vamos a hacer el esfuerzo de comprender. Está muy relacionado con no negar emociones.
Esto no quiere decir que no vayamos a trabajar límites y normas que puedan chocar con su voluntad y su competencia, quiere decir que vamos a abordar las situaciones difíciles y los momentos en los que se puedan sentir mal como una oportunidad de conocimiento y crecimiento.
Como ya hemos dicho antes lo que más necesitan los niños en este proceso es sentirse atendidos y entendidos. Sin juicios por parte del adulto.
ESTAR
Estar es poder ejercer una presencia aseguradora. Esta parte quizás sea la más difícil para el adulto, ya que no tenemos la costumbre de dar ese tipo de presencia, sin la necesidad de llenar un silencio con distracciones o la necesidad de acallar un llanto que generalmente al que más incomoda es al adulto.
SOSTENER
Qué difícil es sostener a veces las emociones desagradables, darles un lugar y sostener las emociones de otro (de forma literal y simbólica) sin dejarnos arrastrar por ellas. Y es cuando nos vemos arrastrados por sus emociones cuando no podremos sostener ni ofrecer una salida a través de la expresión de las mismas.
Cuando nos vemos arrastrados por el dolor del niño podemos caer tanto en la falta de contención y gestión, como en negar o distraer, y como ya hemos dicho, ninguna de estas opciones ofrece un acompañamiento enfocado a una construcción saludable de la personalidad y las relaciones.
ACTUAR
Cuando la situación requiere de una intervención por parte del adulto lo ideal es esperar y cuando tengamos las señales claras actuaremos describiendo la situación, de esta manera damos una visión objetiva de lo que está sucediendo y huimos de juicios. Además les estamos dando tiempo para poder resolver y buscar sus propios recursos.
Nos acercamos, nos ponemos a su altura, nos aseguramos que nos están escuchando para poder conectar con su "necesidad" o "emoción". Des esta manera ellos reciben que aceptamos los sentimientos de todos los implicados y que el adulto muestra su disponibilidad.
CUANDO SE TRASPASAN LÍNEAS ROJAS
A menudo tendemos a intervenir demasiado rápido cuando vemos que hay posibilidad de que aparezca un conflicto entre los más pequeños. Buscamos “la justicia”, saber “quién ha sido”, “qué ha pasado”, pero ellos y ellas no son capaces de responder a nuestras preguntas.
Intervenimos por miedo a que se peguen, se enfaden, lloren… sin darnos cuenta que en esa anticipación no les estamos dejando poner en juego sus propios recursos, sus propias soluciones.
No les estamos dando la oportunidad de conocerse y conocer al otro, dentro de ese proceso de socialización en el que están inmersos. Debemos esperar y ver qué pasa desde una posición de cercanía lejana, dejar que ellos lleguen al entendimiento, igual no pasa nada. Y si pasa, estaremos para acompañar, acoger, sostener… como hemos comentado anteriormente.
Siempre que hablamos de conflictos, aparece el miedo adulto por las agresiones.
El miedo adulto de que mi hijo o hija pegue, muerda… y sobre todo el miedo al qué dirán o pensarán las otras familias de nuestro papel como madres y padres, a ser juzgados. Y también el miedo de que mi hijo o hija sea dañado por la acción de otro, algo que no sólo teméis como padres y madres, sino que también duele como si fuerais vosotros y vosotras mismas los dañados.
Como hemos comentado, son muchas las razones que puede haber detrás de una “agresión”, malestar físico, un impulso, la falta de comunicación verbal, como forma de protección ante otros, como llamada de atención, como experimentación de ver qué pasa, como imitación, desconocimiento de la forma correcta de acercarse al otro...
Este impulso llega, y simplemente ocurre, sin que muchas veces nos lo esperemos o sin que podamos evitarlo. Un parpadeo y ¡zas! ahí está.
La acción que desencadena el impulso en sí no es mala (morder, pegar, empujar…) porque es el catalizador de esa emoción, o de esa razón que hay detrás y dentro de ellos y ellas; lo que no puedo permitir como adulto es que se haga daño a otros.
En este punto es donde entran en juego los límites impuestos por la persona adulta.
Los límites son imprescindibles e indispensables, y necesarios para un desarrollo sano y seguro. Nuestros pequeños, no nacen con las capacidades que requieren los límites y las reglas.
Están en plena fase egocéntrica, movidos por sus necesidades básicas, con la falta de autocontrol que hemos mencionado antes y con mucho desconocimiento de las normas básicas de convivencia, sociales o culturales. No saben qué tienen que hacer, ni lo que está permitido y lo que no, necesitan saber que sí y que no y cómo. Desde nuestro papel de adultos, debemos guiarlos desde el respeto, pero también desde la firmeza y constancia, para que vayan aprendiendo todo este conglomerado de normas sociales que les acompañarán a lo largo de su vida.
Poner límites quiere decir, guiar y educar a las criaturas para enseñarles qué está bien y qué está mal. Ayudarles a interiorizar aspectos cotidianos ya sea, porque corren un riesgo, o porque lo que hacen no es una forma adecuada para relacionarse sanamente con otras personas.
Dentro de este proceso de crecimiento y autoconocimiento, tenemos que comprender y aceptar que desde los dos a los seis años, los niños y niñas necesitan “testar” los límites, ir sabiendo por nuestros “no” y nuestras reacciones, qué está permitido y qué no. Debemos dejarles experimentar y crecer mientras los interiorizan.
En el difícil juego de los límites, no existen recetas mágicas y eficaces para que los niños y niñas los comprendan e interioricen. No podemos daros la solución, pero si ayudaros a comprender y entender el proceso, y acompañaros en el camino. Como adultos, debemos identificar y transmitir el límite de forma clara, concisa y amable. Sin dudar. Siendo constantes y persistentes.
Como ya hemos comentado antes, cuando agreden, muerden, pegan… debemos entenderlo como una pérdida de control y exteriorización de la emoción a través del cuerpo. Para que no hagan daño a nadie, pondremos el límite de una forma clara, pero calmada, serena y asertiva, dándole opciones para poder canalizar de una forma más correcta lo que siente, validando y legitimando sus emociones. Intentaremos comprender que lo que hace forma parte de la edad en la que está y de su falta de autocontrol.
Hay ocasiones en las que podemos frenar esa acción. En estos casos, y como ya hemos comentado, nuestra actitud es la mejor herramienta para ayudarles en todo este proceso de autoconocimiento.
Lo que a todos los adultos nos nace en estos momentos de terror es un ¡No!, a veces gritado, para impedir esa confrontación. Si la evitamos, respiramos aliviados y “nos olvidamos”.
Poniendo en juego todo lo anterior, en éste momento deberíamos ayudar a ese niño o niña a comprender qué ha pasado, “Sé que estás cansado, cansada, pero no te puedo dejar que hagas daño”, “Sé que estás enfadado, enfadada, pero si necesitas morder puedes hacerlo en el cojín.”
En otras ocasiones nuestro cuerpo actuará de límite impidiendo esa acción sobre un tercero. Una niña se acerca a la cabeza de un niño con la clara intención de estirar del pelo. A la vez que marcamos el límite, “No puedo dejarte que le tires del pelo, eso hace daño”, apartamos la mano delicadamente.
Sin mediar palabra, podemos poner delicadamente nuestra mano. Esta forma de marcar un límite es útil para esas ocasiones en las que la acción se repite constantemente y el mensaje verbal no llega. En este caso, nuestra constancia y firmeza serán nuestros mejores aliados.
Habrá ocasiones en las que no nos podremos anticipar ni podremos prever que están a punto de dañar a otro, o a sí mismos, o a nosotros directamente. Aquí entra la difícil situación de evitar castigar, reñir o ignorar al que se ha visto desbordado por su emoción, para reconfortar al que ha sufrido el daño… las dos emociones son válidas, el posible llanto o enfado de quien ha recibido el daño, y la emoción que ha llevado a esa acción.
Generalmente el abrazo va para quien ha sufrido, pero olvidamos que quien agrede también está sufriendo y también necesita ese abrazo. Acoger y validar las dos emociones, darles sentido y poner palabra será la mejor forma de resolver esta situación.
¿Qué pasa cuando la agresión es a nosotros como adultos tras poner o marcar un límite, tras impedirles hacer algo que quieren, desean o necesitan, pero implica un riesgo para ellos y ellas mismas? En este caso, tras ser agredidos, es muy importante el autocontrol adulto.
Nuestro instinto nos empujará a defendernos, pero debemos tener en cuenta que tenemos delante a un niño o una niña que está empezando a conocerse y que necesita ser entendido y comprendido. En este caso, pondremos en acción todo lo comentado anteriormente, hablando desde nuestra posición, poniendo palabra a nuestra propia emoción. “Me has hecho mucho daño al pegarme. Entiendo tu enfado por no dejarte subir ahí, pero es peligroso y no quiero que te hagas daño.”
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Sabemos que este es un tema delicado y profundo, al que podríamos dedicarle muchas entradas.
En la medida que vuestros hijos e hijas van creciendo vais a poder descubrir sus competencias para gestionar estos momentos que son incómodos pero necesarios en el proceso de aprendizaje en el que están inmersos nuestros pequeños. Confiad.
Os invitamos a que compartáis con nosotras vuestras inquietudes, miedos, reflexiones acerca de este tema.
Bibliografía
Sonia Kliass. “El arte de poner límites”.
Psicóloga especialista en desarrollo infantil.
Se formó como psicóloga en Brasil y vive en Cataluña desde 1992. Sus referentes principales son las aportaciones de Emmi Pikler y la pedagogía Waldorf. Ha trabajado dando clases y talleres de juego y movimiento infantil. Desde hace unos diez años se dedica a la formación, orientación y asesoramiento a familias y profesionales de la educación.
Miriam Tirado. Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Se dedica a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as. Libro, Rabietas.
Romina Pérez Toldi. Pedagoga especializada en primera infancia, dedica su trabajo pedagógico a la Formación, el Asesoramiento particular y profesional y el Acompañamiento en la Maternidad y la Crianza desde el Movimiento Libre, la Actividad Autónoma y la Crianza en Brazos. https://tetaaporter.com/
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